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sábado, 17 de abril de 2010

Estación Baquedano


Ese día la lluvia me había rizado el cabello. Tenía que llegar a las cinco en punto pero no había nada me motivara a ser tan puntual. Sin embargo, bajé corriendo las escaleras para intentar ganar un poco de temperatura porque el frío me estaba congelando los huesos. Pasé mi tarjeta sin problemas y desde ahí pude percibir la llegada de un tren que causó un estrepitoso sonido y que además me impulsó a bajar corriendo nuevamente los escalones. Pisé el último peldaño con mis húmedas zapatillas y bufanda a rastras, cuando me di cuenta que la luz roja ya se había encendido. Disminuí la velocidad de mis pasos para luego seguir caminando por ese angosto y despoblado andén, mientras la música me llenaba la mente de algunos recuerdos que creía olvidados. Tuve la intención de recostarme en el suelo, pero mis lentes poco empañados me permitieron divisar la llegada de unos nuevos vagones. Nadie se bajó y por ser la única, me tomé el tiempo para subir con tranquilidad. No me imaginaba qué sucedería pero pasando la línea amarilla la gente ya se disponía a observar mi aspecto indiscutiblemente húmedo, pues ningún individuo se había encontrado aún con tanta lluvia. Fueron esas miradas ahogadas y llenas de incertidumbre las que provocaron ese calor, ésta vez mojado, en mis rojas mejillas. Yo, más que cualquier otra persona sabía lo que eso significaba. Era esa timidez exuberante que sentía al saber que alguien más se fijaba en mí. Pero no fue precisamente por todas aquellas miradas perdidas de un montón de gente, sino que fue únicamente por la atención que me presto un chico de mirada misteriosa que se apoyaba de las puertas, donde se supone que uno no debería apoyarse. Temor me dio volver a encontrarme con esos ojos oscuros y sólo me atreví a observar sus zapatillas desgastadas tan similares a las mías.
No tenía tiempo para seguir escuchando música. Debía crear rápidamente un plan que me acercara a él y no sabía cuanto tiempo me quedaba antes de que se bajara del metro. Estaba en eso cuando una brusca frenada casi me llevó a conocer el piso poco brillante que yo misma había mojado. Recogí con precaución mi bufanda y de pronto leí "Estación Baquedano". Rápidamente me percate de que las zapatillas no se encontraban por ningún lado y me hice el valor de buscar directamente su mirada. Entonces lo hallé observándome exactamente igual a como me había observado cuando subí, pero ésta vez, desde el otro lado de ese vidrio insensible que me separaba de aquella única y misteriosa mirada.